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ISSN 1989-4163

NUMERO 114 - VERANO 2020

 

La Araña

Pepe Pereza

La buhardilla es vieja, fea, húmeda, sin comodidades… Cualquier adjetivo peyorativo valdría para definir parte o un todo de la vivienda. En apenas veinte metros cuadrados se distribuyen un diminuto baño, una cocina encajada en cuatro baldosas y una especie de habitáculo que lo mismo sirve de salón o de dormitorio, según convenga. El mozo que le ha ayudado con la mudanza se acaba de ir y el poco espacio que ofrece la estancia está ocupado por una docena de cajas sin desembalar. Cuando la encargada del alquiler le enseñó la buhardilla, la luz del día entraba por las ventanas y entonces no le pareció tan deprimente como ahora, que luce bajo el resplandor de una bombilla de veinte vatios. Suena el móvil. Es su madre.
-¿Qué tal la mudanza? –pregunta ella.
-Justo ahora hemos acabado de subir todo.
-Me parece una tontería que te hayas mudado a un cuchitril teniendo aquí tu antigua habitación.
-Mamá, ya hemos hablado de eso y no quiero volver a hacerlo.
-Como quieras, pero si necesitas algo ya sabes dónde estamos tu padre y yo.
-Lo sé.
-¿Tú estás bien?
-Lo llevo lo mejor que puedo.
-¿Trabajas mañana?
-No, me he tomado unos días de vacaciones para ir adaptándome a la nueva situación.
-Haces bien. Tómatelo con calma, hijo.
-Eso haré, mamá.
Después de colgar va al baño. Dentro hay una telaraña que se despliega desde el techo hasta paredes. No le dan miedo las arañas, pero dado el tamaño de la tela conviene ser precavido. Mientras retira las hebras con la escobilla del váter mira por todos los rincones, pero la araña no aparece por ningún lado. Es posible que el bicho ya esté muerto y la telaraña lleve ahí desde hace tiempo.
Es temprano para irse a la cama, aunque después del ajetreo del día se siente cansado y decide acostarse. Para abrir el sofá-cama tiene que dejar espacio libre. Apila las cajas junto a la pared y las sobrantes las lleva a la cocina. Mañana ya se ocupará de colocar cada cosa en su sitio. Una vez extendido el colchón se tumba sobre él, es incómodo y hay partes del somier que se le clavan en la espalda. El cuerpo le pide descanso, pero la cabeza no deja de plantearle preguntas para las que no encuentra respuestas. Qué feas se ven las cosas cuando el futuro está iluminado con una bombilla de veinte vatios.
En mitad de la noche se despierta tiritando. En la buhardilla la temperatura es tan baja que parece que esté dentro de una cámara frigorífica. Además, no está acostumbrado a dormir solo y echa de menos el calor de otro cuerpo. Salta de la cama y se acerca a la ventana. Durante el tiempo que ha estado durmiendo ha nevado y todos los tejados están cubiertos por una gruesa capa de nieve. Nota cómo el frío se filtra por las paredes y el techo. Busca ropa de abrigo en las cajas. Encuentra un jersey de lana y unos pantalones de chándal. Se los pone. Sobre la cama extiende el abrigo a modo de colcha y vuelve a acostarse.
No ha podido pegar ojo en toda la noche a causa del frío. Lo primero que hace al levantarse es bajar a la calle y acercarse a un centro comercial. Entre otras cosas, hace acopio de camisetas térmicas y forros polares, además de un grueso edredón y un calefactor. La buhardilla es pequeña y cree que con el aparato será suficiente para caldear el ambiente.
El calefactor lleva encendido desde hace más de una hora y el cambio de temperatura no se nota. Suena el móvil. Es ella, su ex mujer. El pulso se le acelera y empiezan a temblarle las manos. Antes de contestar tiene que tomarse unos segundos para calmarse.
-¿Cuándo vas a venir a recoger el resto de tus cosas? -pregunta ella.
-Me he traído todo lo que necesito, con lo demás puedes hacer lo que quieras.
-¿Estás seguro?
-Sí.
-Otra cosa, te recuerdo que pasado mañana firmamos los papeles. No faltes.
-No te preocupes, allí estaré.
Después de colgar, se da cuenta de que está sudando. A pesar del frío, el sudor le cae por la espalda y las axilas. Desde que se han separado es como si los vínculos que establecieron durante los años de matrimonio hubieran desaparecido de golpe y ella fuera una extraña con la que está obligado a tratar de temas demasiado personales. Aún le tiemblan las piernas cuando se acerca al baño. Al entrar se lleva por delante una nueva telaraña. Se la quita de encima a base de manotazos.
-¡Maldita sea!
Busca a la araña para acabar con ella. Mira por los todos los rincones, pero no la encuentra. Nota mental: comprar insecticida.
Una vez desembaladas las cajas y ordenado cada cosa en su sitio, la buhardilla empieza a parecer habitable. Aunque la tarea le ha costado casi todo el día, se siente satisfecho con el resultado. Lo malo es que sigue teniendo frío. El calefactor solo es eficaz si se está cerca de él. Comprarlo ha sido una pérdida de tiempo y de dinero.
Al día siguiente se despierta con un malestar en el cuerpo que roza la enfermedad. No ha parado de toser durante la noche y es posible que tenga fiebre. Para más inri, en cuando pone los pies en el suelo suena el móvil. El timbre es el equivalente a una broca taladrándole la sien. El que llama es el abogado que está llevando el asunto de la separación.
-Te llamo para recordarte que mañana tenemos cita para la firma de los papeles.
-Descuida, lo tengo presente.
Después de colgar termina de vestirse. Por mucha ropa que se pone sigue congelado. Seguro que ha cogido frío en el estómago porque lo tiene revuelto y siente náuseas. Corre al retrete a vomitar.
Una vez expulsado del cuerpo todo lo que las tripas se han negado a digerir llega un momento de respiro. Entonces, se fija en una nueva telaraña. Es más pequeña que las anteriores y solo ocupa una de las esquinas del techo. Tiene que acabar con el bicho sea como sea. Se le ocurre que si deja el ventanuco abierto tal vez decida marcharse. Si la araña no se va cabe la posibilidad de que muera de hipotermia.
A lo largo de la tarde el catarro va a peor. No tiene medicamentos a mano y no se siente con fuerzas para salir en busca de una farmacia. Se toca la frente, está ardiendo. No necesita del diagnóstico de ningún médico para saber que tiene fiebre. Decide meterse en la cama. Mañana será un día decisivo para él y le gustaría estar en las mejores condiciones para hacerle frente.
            Amanece. Apenas ha podido dormir y su estado es lamentable. El agotamiento de pasar la noche en vela, las preocupaciones, los agobios y la gripe han hecho mella en su salud y no le quedan energías para levantarse. Además, solo pensar que tiene que acudir a firmar los papeles de separación le deprime y le enferma más de lo que ya está. Sale de la cama renqueando. Después de vestirse duda si abrir el cajón de la mesilla. Finalmente lo hace. Dentro hay una pistola. Se asegura de que esté cargada y se la guarda en el bolsillo del abrigo. No se molesta en pasar por el baño ni en desayunar, baja directo a la calle y arrastra los pies hasta la parada de taxis.
Dentro del vehículo huele a ambientador de pino, pero él tiene la nariz congestionada y apenas lo nota. Según avanzan por las calles va mirando por la ventanilla. Observando a sus semejantes no puede evitar sentirse como un alienígena recién llegado al planeta, un bicho raro que por mucho que se esfuerce jamás logrará entender los complejos mecanismos de la humanidad. Bien podría sacar el arma y disparar indiscriminadamente al personal. No sentiría nada, sería como hacer blanco en una caseta de feria. Al rato, llegan a su destino.
-Que tenga un buen día –le dice el taxista cuando él se apea del vehículo.
Duda mucho que lo sea, de hecho, apostaría todo lo que tiene a que será un día nefasto. Se dirige hacia el edificio donde está el despacho del abogado sintiendo el peso de la pistola en el bolsillo del abrigo.
Nada más entrar le recibe la secretaría, una chica joven con una sonrisa encantadora. Ésta le informa que el abogado está ocupado y le pide que espere en la sala adyacente al recibidor. Dentro aguarda su ex mujer. Se ha cortado el pelo y parece más joven.
-¿Qué te parece? –pregunta ella refiriéndose al cambio de look.
-Estás muy guapa.
-Pues, tú tienes un aspecto horroroso.
-Creo que tengo fiebre.
Para comprobarlo ella le pone la mano en la frente.
- ¡Dios mío, estás ardiendo!
Él se fija en que ella ya no lleva el anillo de casada. Se le ocurre que ese sería un buen momento para sacar la pistola.
-He visto una farmacia cerca de aquí. Me acercaré a comprarte una caja de paracetamol –dice ella.
La mujer le da la espalda para ir hacia la puerta, él aprovecha para sacar el arma y apuntarle a la cabeza, pero antes de que pueda apretar el gatillo ella sale de la habitación. Debería haberle disparado en cuanto la ha visto, piensa, claro que es más fácil pensarlo que hacerlo. Estando en casa, cuando el dolor y el rencor son el motor de sus pensamientos, la idea de vengarse es tentadora, luego, in situ, la realidad se impone y la cosa se complica. En cualquier caso, se siente ridículo por estar ahí, temblando como un flan, apuntando con el arma a la nada. Vuelve a guardarse la pistola en el bolsillo del abrigo y toma asiento en una de las sillas.
            A su regreso, ella lo encuentra en la misma posición.
-Me han dado esto –dice abriendo la caja de comprimidos.
Él la observa en silencio. Sin duda, ha rejuvenecido. Está claro que la separación le está sentando bien. La mujer llena un vaso de agua en la máquina dispensadora y se lo entrega junto a una de las píldoras.
-Tómatela, te sentará bien.
Él se mete la pastilla en la boca y bebe del vaso para ayudarse a tragarla. En ese momento la secretaría asoma por la puerta y les dice que ya pueden pasar.
-Ha llegado la hora –dice ella.
-Sí –responde él.
-¿Preparado? –pregunta ella.
-Preparado –responde él.
Ambos entran en el despacho del abogado.
            La firma de los papeles solo les lleva unos minutos. A partir de ahora su vida será totalmente distinta a lo que era. Su ex mujer seguirá su camino y él tendrá que buscar el suyo. Durante los años que ha durado el matrimonio ambos se fueron acomodando a una serie de rutinas que terminaron siendo la base de su existencia, ahora debe olvidarse de todo y adaptarse al día a día. El paracetamol aún no le ha hecho efecto y se siente igual de enfermo que estaba antes de tomarse la pastilla. Al pasar por delante del escaparate de una tienda de electrodomésticos ve que hay varios calefactores que están de oferta. Entra y compra el más potente.
Nada más llegar a la buhardilla guarda la pistola en el cajón de la mesilla, luego saca de la caja el calefactor que ha comprado. Ha pagado bastante más que por el otro y espera que los resultados acompañen. Al enchufarlo salta el repetidor. La instalación eléctrica de la buhardilla no soporta el voltaje del aparato. Maldice su suerte y vuelve a conectar la corriente. Recuerda que anoche dejó el ventanuco del baño abierto, puede que por eso haga tanto frío dentro de la casa. Al entrar se encuentra una telaraña enorme. De ella cuelga una envoltura del tamaño de un puño de la que sobresale el ala de un murciélago. Un péndulo macabro que no deja de ser una declaración de intenciones por parte de la araña. Así lo entiende él. Con la ejecución del murciélago la araña está dejando claro que no se va a mover de ahí, que ese es su territorio y, pase lo que pase, lo seguirá siendo. Cierra el ventanuco y sale del baño. Ni se molesta en retirar las hebras. Se siente tan débil que teme quedar enredado en ellas.

 

 

 

 


 

 

La araña 

 

 

 
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